Verano de 2002, Hellín (Albacete-España). Destinados a pasar la adolescencia en un lugar donde nunca ocurre nada, pero donde si te empeñas puedes hacer que ocurran miles de cosas increíbles, incluso que traspasen la frontera de lo que te parecía imposible. La provincia siempre se estiró como por obra de gracia, pero fue más bien fruto de la intensa ilusión por vivir a nuestra manera el mundo que nos creamos desde casi niños. Ya entonces habíamos andado en la escena de bandas 'blackers', teníamos nuestro propio estudio, nuestro propio sello y nuestro propio fanzine. Todo lo necesario en aquella época donde internet era casi un mito, los sellos algo inalcanzable (creíamos). No éramos conscientes de que estábamos haciendo "do it yourself" o "autogestión", nosotros sencillamente transitábamos de manera visceral, sin más, creando durante unos años proyectos diferentes entre sí, aprendiendo. Y no jugábamos a ser músicos, nos creíamos músicos y vivimos como tal durante el tiempo que las circunstancias nos lo permitieron, quizás hasta que nos lo quisimos permitir. Mientras nos pareció posible.
Ya degustábamos, durante el camino que nos llevaría hasta Telematics, los sabores del punk, del metal y del pop (así, en general) que probablemente, como una mezcla imposible, se vieran reflejados en nuestras canciones. Devorando durante noches interminables aquellos conciertos en VHS de Fugazi o de Portishead, pasando sin escrúpulos de los cassettes de Refused, Shellac, Deicide o Metallica a nuestros primeros cd's de Mogwai o Godspeed You! Black Emperor. Nosotros pertenecemos a los 90, el vinilo ya no existía en las tiendas (lo conoceríamos y veneraríamos a posteriori), cuando en la FM había explotado el grunge y escuchábamos ahí y en los bares a Offspring, Nirvana, Soungarden, Sonic Youth o White Zombie o cualquier cosa que pasase cerca de nuestras orejas y sonase estimulante. Nosotros éramos una mezcla sin remordimiento de lo que nos daba la gana absolutamente, pero sabíamos que lo que llevábamos entre manos era más que un pasatiempo. De todas esas vivencias, de todo ese trayecto, nació Telematics.
Probablemente de todas nuestras aventuras musicales, la que más nos marcó, por el simple hecho de dedicarnos a ello abandonando trabajos, discutiendo con las familias, estrellándonos gustosos. Participamos en concursos. En aquellos años presentarse a concursos era algo que había que hacer, luego dejaríamos de hacerlo convencidos de que la música no debía ser ese tipo de competición, amañada en algunos casos e injusta casi siempre. A pesar de las reticencias nos alzamos victoriosos en unas cuantas ocasiones, lo que nos permitió tener dinero para equipo, grabar discos en otros estudios, aparecer en recopilatorios, medios de comunicación y hacer muchos conciertos donde al menos cubrir todos los gastos, lo que era todo un logro.
Como parte activa montamos nuestros festivales a nivel provincial, organizábamos conciertos por los sitios del circuito en España donde pudiésemos ir y conocimos y tocamos con mucha gente increíble como Maine, No More Lies, Tokio Sex Destruction, Moho, Moksha, Zeidun, Half Foot Outside, The Unfinished Simpathy, y algunas más. Aquello nos llevaría sin saberlo hasta lo que fue nuestro punto y aparte, telonear a nuestros admirados Standstill en cuatro ciudades. Probablemente un buen punto y seguido -o final- a nuestra historia, la de cinco amigos que siguen siéndolo años después. Una historia de gasolineras, cámaras de vídeo, revelado de fotografías, furgonetas de alquiler. De sacos de dormir y de hoteles de una estrella. Probablemente la historia de casi todas las bandas de rock de antes y después, ni más ni menos. Una historia feliz.
Aprovechando la mano tendida de nuestros amigos de Molécula, sin más ánimo que el de dotarla de justa existencia, estar ahí. Para que no se diluya en el tiempo la música que hicimos. Para todos los seres vivos.